En este espacio te ofrecemos una serie de conceptos que dan marco a las actividades propuestas, invitan a pensar la educación de la sexualidad desde una perspectiva de derechos y te pueden ayudar en el planteamiento de los diferentes temas propuestos.
Todo enfoque educativo sobre sexualidad tiene como fundamento una manera de comprender la sexualidad y la educación, por lo que es importante clarificar algunos conceptos para pensar un acompañamiento educativo a niñas, niños y adolescentes.
La sexualidad no es un instinto, sino una cualidad singular y colectiva, una dimensión humana, pues todos y todas somos sexuados, así como todos y todas somos personas únicas. Esta dimensión de nuestra personalidad se va desarrollando y expresando de distintas maneras a lo largo de la vida (Padrón y Fernández, 2009).
La sexualidad tiene dimensiones biológicas, socioculturales y psicológicas:
Es la diferenciación biológica con la que nacemos. Tiene que ver con características anatómicas, fisiológicas y hormonales. En términos biológicos solo hay dos sexos: macho/hembra, pero hay personas que tienen características de ambos sexos en distintas combinaciones, es decir, son intersexuales.
La diferenciación macho/hembra solemos asociarla al ser hombre o ser mujer con base en la presencia de cromosomas XY en machos o cromosomas XX en hembras, pero se han desarrollado investigaciones y descubrimientos que demuestran que el sexo es más complejo que eso. Lo que llamamos sexo abarca un espectro de características biológicas que se combinan de distintas maneras a lo largo de la vida y donde intervienen:
Hace referencia a los atributos socioculturales, es decir, a los roles, valores, actitudes, prácticas o características que una determinada sociedad o cultura impone de manera diferenciada a las personas a partir de su sexo, determinando así lo que esa cultura identifica como lo “femenino” y lo “masculino”. Estos atributos no obedecen a un conjunto fijo de determinantes biológicos, sino que varían según la época, el lugar, porque se generan dentro de estructuras que determinan “qué es ser mujer” y “qué es ser varón” en cada contexto sociocultural a lo largo de la historia. Estas diferencias asignadas condicionan de una manera particular cómo deben ordenarse las sociedades en torno al papel reproductivo. Esos atributos asignados socialmente de manera diferenciada NO SON NATURALES NI PERMANENTES1 , pero legitiman y naturalizan socialmente la dinámica que mantiene las relaciones de poder entre individuos (De Barbieri, 1996). Por ejemplo: la diferencia de fuerza entre varones y mujeres hace que en muchas sociedades se avale la violencia como una reacción natural asociada a la masculinidad, y la sumisión al hombre como una característica “natural” de lo femenino; de esta forma acepta el maltrato de las mujeres por sus parejas, y admite un poder del hombre sobre la mujer. La categoría de género permite entender que la dinámica entre las personas está sociohistóricamente construida y posibilita que sea modificada.
“Es un abordaje teórico y metodológico que permite reconocer y analizar identidades, perspectivas y relaciones entre mujeres y hombres, entre mujeres y mujeres, y entre hombres y hombres, especialmente las relaciones de poder. También facilita el análisis crítico de las estructuras socioeconómicas y político-legales que dan lugar a estas identidades y relaciones, y que su vez se ven influidas por ellas” (Machicao, 1999, citado por CEJ, 2017, p. 20).
Distinguir entre sexo y género es útil para diferenciar lo que es biológico de aquello que no lo es (lo cultural, social, histórico, etc.) para poder comprender las diversas maneras en que las personas se “construyen”, “sienten”, “viven” como seres sexuados dependiendo de sus procesos de socialización, sus historias y características personales. Asimismo, incorporar a nuestra lectura de la realidad la perspectiva de género nos permite visibilizar y reconocer las relaciones de poder y su manifestación en el desigual acceso a oportunidades y derechos.
El rol de género se configura con el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el estrato generacional de las personas, se puede sostener una división básica que corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las mujeres paren a los hijos y, por lo tanto, los cuidan: ergo, lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino, que se identifica con lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variantes establece estereotipos, las más de las veces rígidos, que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género (Lamas 2002, p. 33, citado por el Instituto Nacional de las Mujeres, 2007, p. 1).
Los estereotipos son creencias, ideas y hasta definiciones simplistas, que comparten las poblaciones de una sociedad o de una cultura determinada, sobre el ser humano. Estos estereotipos se usan regularmente para designar o calificar a las personas a partir de convencionalismos sin tomar en cuenta sus particularidades, capacidades o sentimientos de manera analítica (Glosario de Género, Instituto Nacional de las Mujeres, México, 2007).
Los estereotipos más comunes son los que se relacionan con el género de las personas, en ellos se atribuyen roles, rasgos y actividades que caracterizan y distinguen a las mujeres de los hombres. Por ejemplo, los niños se visten de azul y las niñas de rosa, las mujeres son sentimentales y emocionales, mientras que los hombres son racionales y no tienen derecho a llorar, se espera que los niños practiquen más la bicicleta y que las niñas se inclinen por las muñecas.
Los estereotipos de género se construyen a partir de la diferencia biológica entre los dos sexos. Se inculcan desde la infancia en el seno de la familia y, junto con una serie de valores y costumbres, terminan fijando lo que es “propio” del hombre y lo que es “propio” de la mujer (Lamas, 2009).
El género se ha convertido en motivo de discriminación y desigualdad, la diferencia anatómica entre hombres y mujeres no provoca por sí sola las actitudes y conductas distintas, es la valoración misma del género femenino por debajo del masculino lo que introduce asimetría entre los derechos y las obligaciones. Esta asimetría se traduce en la práctica en desigualdad social, económica y política (Lamas, 2009).
La división sexual del trabajo en la familia es un claro ejemplo de esta desigualdad entre hombres y mujeres. Como ya mencionamos en los roles del padre y de la madre, “las características atribuidas a la mujer son idóneas para el cuidado de los hijos y las labores del hogar, mientras que el hombre es más apto para el trabajo en el mercado laboral”.
La búsqueda de la equidad de género o de la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres nos lleva a retomar algunas ideas: así como las mujeres ya comparten el trabajo público, antes asociado solo con las actividades masculinas, ahora los hombres deberían incursionar, con la misma obligación y responsabilidad, en el trabajo privado, como es el “cuidado de los niños, niñas, personas ancianas, enfermos y discapacitados”, normalmente asociado a la feminidad [Lamas, 2009).
La igualdad de género implica que, más allá de su genitalidad y de la forma en que deciden vestirse para expresar su género, las personas deben tener los mismos derechos, oportunidades y obligaciones. Se basa en la teoría/perspectiva de género para explicar que la inequidad, la desigualdad, las discriminaciones y violencias no se justifican por diferencias naturales, sino sociales y, por lo tanto, se pueden cambiar. El feminismo es un movimiento social e histórico que empezó exigiendo la igualdad de derechos jurídica y política entre mujeres y hombres, y se fue expandiendo a la búsqueda de la equidad entre las personas más allá del sexo con el que nacen.
Hay muchas corrientes dentro del feminismo y se combinan con otros movimientos históricos que luchan contra otro tipo de desigualdades sociales, como los movimientos antirracistas, anticolonialistas y antifascistas.
El feminismo no es el antónimo del machismo. Busca la equidad, no la superioridad de nadie. Muchas personas tienen formas feministas de pensar y actuar, sin saberlo o sin adherir al feminismo como identidad política.
La desigualdad de género o sexismo son aquellos pensamientos, actitudes, acciones, comportamientos y normas sociales basados en la idea de que un sexo o género es superior a otro, o que las personas están impedidas u obligadas a realizar cosas por el sexo con el que nacen. El término más coloquial para este tipo de actitudes es el machismo. Una persona es considerada machista cuando actúa con base en la idea consciente o inconsciente de que los hombres son naturalmente superiores por el hecho de serlo. Machismo se utiliza más para referirse a personas o situaciones particulares, pero la desigualdad entre sexos es un hecho histórico presente en muchas sociedades a lo largo de historia; cuando nos referimos a sociedades en las cuales el machismo es la regla en la forma de relacionarse, decimos que esas sociedades son patriarcales. El patriarcado es un sistema social basado en una jerarquía entre los géneros, donde lo masculino ocupa una posición privilegiada y de poder, y lo femenino una posición subordinada.
Es la identificación de cada persona con el género que siente, reconoce y/o nombra como propio, más allá de sus cromosomas o la forma de sus genitales. Respecto a la identidad de género, las personas pueden ser cisgénero, transgénero o no binarias.
Todas las personas tenemos una identidad basada en la combinación sexo-género. Nombrar todas las identidades que existen es importante, porque el hecho de que ser cisgénero sea lo más frecuente no significa que lo demás sea anormal o moralmente inferior.
Dentro de la identidad cada persona tiene una expresión de género, que es la forma como cada persona comunica su identidad de género a otras a través de su conducta, formas de vestir, peinado, voz o características corporales.
Tiene que ver con los afectos que se expresan a través de la atracción sexual y la preferencia erótica hacia otras personas. Se corresponde con el componente psicológico de la sexualidad, ya que tiene que ver con los deseos y la historia de vida de cada persona.
Es un proceso continuo de bienestar físico, psicológico y social, relacionado con la sexualidad. Cada persona vive su sexualidad de manera saludable cuando puede expresar libre y responsablemente sus capacidades sexuales, orientadas al bienestar y al enriquecimiento personal y colectivo. Para vivir la sexualidad de manera responsable es necesario que se reconozcan y defiendan los derechos sexuales y los derechos reproductivos de todas las personas (OMS-WAS, 2000).
Es un estado de bienestar físico, mental y social. No se trata solamente de la ausencia de dolencias y enfermedades relacionadas con el sistema reproductivo, sus funciones y procesos. Se vive la salud reproductiva cuando se puede decidir de manera consciente e informada cuándo y cómo tener –o no– hijos, se cuenta con servicios de salud adecuados y se tiene acceso a métodos anticonceptivos (Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, 1994).
La salud reproductiva implica también deconstruir la visión patológica (despatologización) del cuerpo de la mujer y de sus procesos naturales (ciclo menstrual, embarazo, parto, menopausia) y desvelar que es desde la cultura desde donde se “naturaliza” el padecimiento y enajenación del cuerpo femenino.
Sabemos que todos estos conceptos son nuevos y complejos. En el campo de la sexualidad humana todos los días hay nuevos descubrimientos que van develando, cuestionando y reformulando las ideas que tenemos sobre lo que consideramos normal o anormal, deseable y reprimible respecto a las sexualidades. Por eso te invitamos a leer pacientemente estos conceptos, formularte preguntas, revisar tus dudas y seguir investigando y buscando información actualizada y con base en evidencias.
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