Criar es recuperar la intuición perdida
Por: Maga Casartelli
Luego de más de 10 años de criar a tres (dos niñas y un bebé), comprendo que esto se trata de dejarse traspasar por la experiencia, una danza entre manejar información adecuada y darles cabida al instinto e intuición. Cuando logramos el equilibrio, las cosas salen mejor. Y acá les comparto un poco de lo que venimos danzando Jorge y yo.
A nivel interno los desafíos de la crianza nos tocaron muchas fibras; cuando no opusimos resistencia nos dejamos empujar a ese vacío en donde no quedó de otra que desmontar estructuras mentales, una caída libre donde no te salva ninguna identificación: ni progresistas ni conservadores, ni nada. Donde las etiquetas más que ayudar, limitan.
Todo cambió en consecuencia. Algunas veces respondimos con definiciones radicales como renunciar a nuestros trabajos estables o mudarnos de ciudad porque el otro sistema ya estaba caduco para nosotros; otras con procesos paulatinos pero inapelables como el cambio de paradigma de la salud integral. En ningún caso lo racional fue protagonista (lo cual no significa que estuvo ausente).
La cuestión es que casi todos los espacios de la vida están copados por esta dimensión, entonces, si queremos restituir su lugar a lo intuitivo necesitamos desprogramarnos y esa es una tarea titánica en esta cultura que endiosa al neocortex. En mi caso, tengo claro que ese predominio alimentó las poderosas resistencias que oponía al inicio y que no me dejaron atravesar de manera más fluida la crianza de mis hijas e hijo. Siempre creí que lo correcto o adecuado era ser racional, pero con ellas, con él, aprendí y sigo aprendiendo a reconciliarme y darle su lugar a mis intuiciones.
El nacimiento, la lactancia y las analogías posteriores
Este es el hilo del cual voy a tirar para compartir mis aprendizajes hasta el momento. De mis tres cesáreas la única justificada fue la tercera y esta, a su vez, estuvo determinada por las secuelas de las dos anteriores que fueron -no me cabe duda- innecesarias. Yo que obsesivamente leía todo cuanto encontraba para entender la fisiología del parto, la importancia de que sea natural, me dejé fagocitar por un sistema montado para que todo termine así: super intervenido y acorralando la dimensión que debe primar: la del instinto, con el médico en segundo plano, observando, acompañando, interviniendo lo menos posible.
Criar también requiere de estar informada sobre las etapas evolutivas, qué esperar y qué no esperar de ellos a edades determinadas, pero es necesario parar de leer en un punto y entender a la niña y al niño concreto que tengo delante. Si Pauli (6) grita y llora cada vez que le pedimos que recoja sus juguetes y zapatos, respiro 10 veces y le pregunto qué necesita para luego juntar todo. Ella, haciendo pucheritos me dice: necesito más cariñito de vos. Ahí entiendo que me pasé el día gestionando todo como autómata (limpiando, ordenando, respondiendo mails). Le miro, le hago masajes y le ayudo con algunas de sus cosas.
Con información acumulada, (sobre el parto, la crianza, la vida y sus momentos, en síntesis) muchas veces tomé la bandera de lo natural y respetado, escribí argumentos encendidos en las redes sociales, pero en un punto sentí que el nivel de militante de la información es un estadio por superar. Ahí no estaba la verdadera conexión.
Victoria (10) me enseñó mucho de eso. Ahora está en plena preadolescencia, con una madre ávida de acercarle todo lo que ella necesita saber sobre los cambios físicos y emocionales que va y que irá experimentando. Pasó que un día me preguntó sobre una transformación concreta en su cuerpo, yo aproveché y comencé a hablar, además, de menstruación. Pero ella me detuvo y me dijo con amabilidad que esa parte no me preguntó.
Me hizo notar cómo cada tanto es bueno revisarse porque aún siguen en pie los resabios de aquel patrón -el ego- que busca hacer demostraciones de la madre progre que soy en detrimento de lo que ella concretamente necesita de mí en ese momento. Por eso criar también es estar atentas y atentos, presentes, escuchando sus necesidades, saber discernir hasta dónde y cuáles son nuestras verdaderas motivaciones de intervención para luego responder en beneficio de ellas y ellos.
Criar con intuición es saber eliminar objetos y opiniones innecesarias
Mis tres experiencias de puerperio y lactancia también fueron etapas de mucho aprendizaje sobre la soberanía de mi cuerpo, de lo que les estaba dando. Darles la leche que se producía en mí era más que buen alimento, era también entrega física, emocional y el cuidado justo que necesitaban en ese momento de sus vidas. Que yo sentía que necesitaba entregar.
La primera experiencia inició con un camino pedregoso cuando, una vez más, nos movimos con la vieja programación de que es otro el que sabe más y no yo que pongo el cuerpo y las emociones. Cuando el cansancio llegó al límite, suspendimos todo lo que nos dijeron, cerré los ojos y permití que mi beba mamara por horas, no por 15 minutos como me instruyeron, y la paz vino a nosotros. Comprendí que lo que hice fue aquello que todas las expertas en lactancia materna denominan: a demanda, sin relojes, sin horarios.
Del mismo modo, cuando no teníamos idea del concepto de colecho optamos por esa práctica que nos salvó de noches de insomnio, extenuación y llantos sinsentido. Años más tarde intentamos usar cuna de nuevo con la segunda beba porque… ¿la costumbre?, pero, otra vez, no fue funcional para el momento de crianza que estábamos atravesando.
Mamás y papás necesitamos apoyo para llegar a determinaciones libres que son las que, finalmente, dan paz. Pero apoyo no es opinión o crítica, de lo contrario nos movemos porque siempre se hizo así, porque la gente mayor o en su rol de académico lo dice, y solo acumulamos quebrantos -en niños y adultos – que nos privan del disfrute que sí es posible.
Tampoco nos funcionó usar carrito, ni dejarles llorar hasta el cansancio, ni mamaderas, ni modelos únicos de alimentación, ni muchos artefactos y hábitos que circulan en el espectro. Por eso solo podemos recomendar cuestionar todos los paradigmas, para despejar lo que enturbia la mirada en el trayecto super único que debe recorrer cada familia.
Pandemia. El exceso de convivencia y la necesidad de tomar perspectiva
Con un nuevo bebé (2) la pandemia nos condicionó en muchos sentidos, pero si hablo de crianza diré que nos vimos envueltos en una locura de aglomeración casera. Nuestra paciencia no estuvo en su mejor momento. Con el boom de lo virtual, lo doméstico copó todos nuestros espacios, los límites de las distintas dimensiones de la vida se tornaron difusos. Con una mano tecleábamos las respuestas laborales y con la otra revolvíamos el teté de los hijos.
Nos sentimos exhaustos en ese sentido, sobrepasados por momentos, sin relevos. Ante esta realidad ¿Qué medida encontramos para paliar los efectos de este mal de barco que nos pone mal predispuestos para encarar lo cotidiano? Tomar perspectiva. Esto significa propiciar como sea momentos para alejarse física y mentalmente de la casa y del exceso de responsabilidades domésticas. Salir a caminar, si es posible sin celular, sin intentar ocupar de nuevo la mente con estímulos externos. Turnarnos para tener este espacio.
Así dejé de responder de mala manera y entendí que si Victoria me pide 10 veces al día que le peine y recoja el pelo, tal vez es su manera de sentir que estoy para ella sola. Revisé mi enfoque, empecé a responderle de otra manera, con amabilidad, lentitud y plena atención, solo lleva 15 segundos. Limité los “no puedo ahora” solo a un par de veces cuando realmente estoy enredada con otra labor. Es probable que en poco meses o semanas ella deje de hacer ese pedido, y extrañaré que me necesite para eso.
También tomando perspectiva empecé a valorar de otra manera que Pauli me solicite un vaso de agua luego de un largo día cuando acabé de preparar su cama, apagar la luz, arroparla y despedirme hasta mañana. Con ese vaso de agua pide también mi presencia, mi confirmación de atención para ella sola, así que acepté que me lo pedirá durante un tiempo y luego no más, y sé que lo extrañaré cuando eso ocurra.
Cuidarse para cuidar mejor
Llevar un diario personal es una práctica de salud mental recomendable. Se trata de tener algo propio, íntimo y dejarse nutrir por la mística que genera el cuaderno, el escribir a mano. Darle su tiempo y espacio al acto de plasmar las emociones, ayuda a despejar la mente, a clarificar lo que a una, a uno, le pasa. Las niñas y niños se merecen adultos despejados mentalmente, que puedan, desde ese lugar, atender sus necesidades.
Es decir, si nos cuidamos, también cuidamos mejor de ellas y ellos. El modo en que yo enfrento cada tramo de la vida, afecta a mis hijas e hijo, no solo porque escuchan y sienten lo que vibra en mí a cada instante. Sino que esto, a su vez, me predispone de una u otra manera para el siguiente paso con ellos.
Así que lo verdaderamente radical es criar siendo personas adultas que se hacen cargo de su salud emocional, un proceso mucho más demandante que escribir un diario (aunque puede ser el puntapié o el apoyo). La pandemia echó luz sobre mucha sombra; quienes se animaron a mirar encontraron que había tanto más por hacer a nivel personal. Entendamos, por fin, que en los espacios públicos somos la suma de nuestros dolores interactuando.
Con la crianza constaté que los seres humanos somos un manojo de niñez herida; que incidimos en el mundo, ya adultos, con esos pendientes a cuestas. En un artículo llamado «los niños» Barret citaba a Carriére: ¡no golpeéis, no injuriéis a vuestros hijos! Hace siglos que los hombres se devuelven los golpes que recibieron cuando niños. Y los golpes los damos todos, hasta quienes nos creemos buenos. Tomar consciencia de esto es la única manera de hacernos humildes y permitir que la experiencia nos transforme para cuidar mejor.
Magali Casartelli